AITANA CARRASCO


Desde que tengo memoria recolecto cosas: cosas que me encuentro en el suelo o en la basura o en el campo o la playa, cosas olvidadas, innecesarias, caídas, perdidas, rotas u obsoletas, cosas que ya nadie quiere, desechos. Recolecto cosas que luego ordeno y clasifico. Poseo colecciones de fotos antiguas, botones huérfanos, listas de la compra, conchas y piedras, piezas de puzle sueltas, naipes de barajas incompletas, pendientes sin pareja, zapatos de juguete, cabezas sin cuerpo, mitades de cosas y prácticamente cualquier cosa que me quepa en los bolsillos.
También colecciono personas: a veces, en la basura, encuentro las cosas de la gente que ha muerto; se ve claramente que son las posesiones de personas que ya no están, personas que han muerto y cuyas casas se han vaciado. Cuando esto ocurre, lo miro todo bien, selecciono algunos objetos que decido son representativos de esas personas y los guardo, como si guardara un poco de su esencia. Tengo personas muertas viviendo en mis estanterías. Hago lo mismo con mi propia historia: me la cuento una y otra vez, la dibujo y la escribo.
Dicen los que se dedican a estudiar el comportamiento humano que los que
coleccionamos cosas lo hacemos por un afán de retenerlas, o, dicho de otra manera, por miedo a perderlas, así que en realidad recolecto cosas porque me da miedo que desaparezcan. Y lo lleno todo de cosas porque me da miedo olvidarlas, olvidar lo que simbolizan, lo que significan. Y recojo y guardo las últimas pertenencias de las personas para que alguien las recuerde, como si así estuvieran menos muertas. Yo colecciono cosas para salvarlas de la muerte, y para salvarme un poco yo también, porque en mis cosas vivo, en mis colecciones y en mi obra: todo eso es mi historia, todo eso soy yo, todo eso es mi identidad.Por eso me gustan tanto las abuelas, las tiendas de segunda mano, los rastros… y por eso dije que sí al proyecto Benimart nada más me lo propusieron: porque se trata de reivindicar la memoria, de escuchar voces antiguas, de recuperar recuerdos y usar imágenes que ya casi nadie mira para que ojos nuevos las vuelvan a ver. Lo viejo y lo olvidado tiene una gran importancia en mi trabajo como collagista. Toda mi obra tiene mucho que ver con el recuerdo, y siempre uso como materia prima imágenes antiguas. Parto de la premisa de que recordar no es más que otra forma de inventar: al pasar algo por el tamiz de nuestro recuerdo lo dotamos de alguna forma de vida nueva. Me gusta recordar porque me da miedo el olvido. Olvidar no es más que otra forma de morir, y a mí me da miedo la muerte.
He tomado recuerdos prestados y he reinventado Benimar, Mar Azul, los
Aitana Carrasco
merenderos y los pescadores, las familias y los niños y los gritos y las risas, las gaviotas y los peces y los bocadillos y los juegos, los vendedores ambulantes, los amigos y los amantes. He escuchado esos recuerdos a través de la banda sonora de mi propia memoria. He cerrado los ojos y he tratado de verlos, de oírlos y de olerlos. Espero que la gente los mire y los vuelva a reinventar, que los haga suyos y los guarde un tiempo en su memoria, de manera que tarden un poco más en ser olvidados. Y ojalá nunca mueran, porque forman parte de la identidad de un pueblo.